Ven Sígueme Hageo; Zacarías 1–3; 7–14 | Santidad a Jehová
Resumen de la clase
Mediante el profeta Hageo, el Señor exhortó a los judíos a que reedificaran el templo en Jerusalén, y les prometió grandes bendiciones si le obedecían. El profeta Zacarías tuvo varias visiones en cuanto a Judá, Jerusalén y los últimos días.
Zacarías predicó entre los judíos después que se volvieron a Jerusalén tras su cautiverio en Babilonia. Vio en visión a Josué, el sumo sacerdote de Jerusalén, con vestimentas sucias. En esa visión, un ángel del Señor colocó ropas limpias sobre Josué y le encomendó que anduviera en rectitud. La purificación de Josué simbolizaba lo que los judíos debían hacer a fin de prepararse para la venida de Jesucristo. Se encomendó a Zorobabel, que era el gobernador de Judá nombrado por el rey Ciro, de Persia, la reconstrucción del templo. Jehová prometió a los judíos que la aflicción de éstos por la destrucción de Jerusalén se tornaría en gozo cuando se restableciera la ciudad.
Zacarías ve en visión la primera venida del Mesías a la Tierra y el rechazo del pueblo hacia Él. En una visión posterior, Zacarías vio la segunda venida del Mesías, cuando Él regresará a la Tierra y librará a Su pueblo de las naciones que se habrán congregado para combatir contra éste. En esa ocasión los judíos reconocerán a Jesucristo como el Mesías y lo adorarán.
Poner la voluntad de Dios en primer lugar en nuestra vida Hageo 1:8–13; 2:18–19.
El presidente Ezra Taft Benson enseñó en cuanto a la importancia de poner a Dios en primer lugar en nuestra vida, y las bendiciones por hacerlo:
“Cuando damos a Dios el lugar de preferencia, todos los demás aspectos de nuestra vida pasan a tener la posición que les corresponde o… dejan de tener valor. Nuestro amor por el Señor dirigirá nuestros afectos, la forma en que empleemos nuestro tiempo, los intereses que tengamos y el orden de prioridad que demos a las cosas” (Ezra Taft Benson, “El Señor en primer lugar”, Liahona, julio de 1988, pág. 4).
Hageo 2:9. “…daré paz en este lugar”
La frase “daré paz en este lugar” se refiere a un día futuro en el que la paz vendrá a Jerusalén. También se refiere a la paz que podemos recibir en los templos del Señor. El presidente Thomas S. Monson habló acerca de la paz que proporciona el templo:
“El templo le brinda propósito a nuestra vida; trae paz a nuestra alma, no la paz que ofrecen los hombres, sino la paz que prometió el Hijo de Dios cuando dijo: ‘La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo’ [Juan 14:27]” (“Blessings of the Temple,” Ensign, octubre de 2010, pág 15).
Y en otra oportunidad:
“El mundo puede ser un lugar difícil y desafiante en el cual vivir. Con frecuencia estamos rodeados por lo que nos destruye. Cuando ustedes y yo vayamos a las santas casas de Dios, cuando recordemos los convenios que hemos hecho allí, seremos más capaces de soportar toda prueba y superar cada tentación. En ese sagrado santuario encontraremos paz, seremos renovados y fortalecidos” (“El Santo Templo: Un faro para el mundo”, Liahona, mayo de 2011, pág. 93).
“Si nos volvemos al Señor, Él se volverá a nosotros” Zacarías 1:1–3.
Sobre el volverse de nuevo a Dios, el élder Neil L. Andersen dijo una vez:
“La invitación a arrepentirnos rara vez es una reprimenda; es más bien una petición amorosa de que nos demos vuelta y de que nos volvamos de nuevo hacia Dios [véase Helamán 7:17]. Es el llamado de un Padre amoroso y de Su Hijo Unigénito a que seamos más de lo que somos, que alcancemos un nivel de vida mejor, que cambiemos y que sintamos la felicidad que proviene de guardar los mandamientos. En calidad de discípulos de Cristo, nos regocijamos en la bendición de arrepentirnos y en el gozo de ser perdonados” (“Arrepen[tíos]… para que yo os sane”, Liahona, noviembre de 2009, pág. 40).
¿Quién es “el Renuevo”? Zacarías 3:8; 6:12.
El élder Bruce R. McConkie, del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó a quién se refiere “el Renuevo”:
“Siendo que se requiere una primera y una segunda venida para que se cumplan muchas de las profecías mesiánicas, necesariamente debemos considerarlas en este momento, y, en el caso de las declaraciones concernientes a David y al Mesías, mostrar también cómo se aplican a la segunda venida de nuestro Señor. Cristo es el Hijo de David, la Simiente de David, el heredero, a través de su madre María, de la sangre del gran rey. También es llamado el Tronco de Isaí y el Vástago [o Renuevo], queriendo decir la Rama de David. Las profecías mesiánicas a las que se hace referencia cuando se emplean los nombres mencionados versan sobre el poder y dominio que tendrá al sentarse en el trono de David, y tienen que ver casi exclusivamente con Su segunda venida sobre la Tierra.
Isaí era el padre de David. Isaías habla del Tronco de Isaí, al que también designa como un vástago que sale de la raíz de aquel antiguo linaje distinguido. Declara cómo el Espíritu de Dios estará sobre Él; cómo será poderoso en juicio; cómo herirá la Tierra y acabará con los malvados; y cómo el cordero y el león pacerán juntos en ese día; todo lo cual se refiere a la Segunda Venida y a la era milenaria iniciada en esa forma (Isaías 11). En cuanto a la identidad de la Vara de Isaí, la palabra revelada dice: ‘De cierto, así dice el Señor, es Cristo’ (D. y C. 113:1–2). Eso también significa que el Vástago [o Renuevo] es Cristo, como ahora veremos en otros pasajes de las Escrituras relacionados.
Por boca de Jeremías el Señor anuncia el antiguo esparcimiento de Su pueblo escogido, Israel, y el recogimiento de éste en los últimos días. Después que hayan sido recogidos ‘de todas las tierras a las cuales los eché’ [Jeremías 32:37], después que el reino haya sido restituido a Israel como lo desearon los antiguos apóstoles en Hechos 1:6, entonces se cumplirá ese acontecimiento, todavía futuro y milenario en su naturaleza: ‘He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David un renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será prudente y hará juicio y justicia en la Tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará seguro; y éste será el nombre con el cual le llamarán: JEHOVÁ, justicia nuestra’ (Jeremías 23:3–6). Es decir, el Rey que reinará personalmente sobre la Tierra durante el Milenio será el Vástago o Renuevo que salió de la casa de David. Él ejecutará juicio y justicia en toda la Tierra porque Él es Jehová, el Señor, aun aquel a quien llamamos Cristo.
Mediante Zacarías el Señor habló en forma semejante: ‘Así dice Jehová de los ejércitos:… He aquí, yo traigo a mi siervo, el Renuevo… y quitaré la iniquidad de esta tierra en un solo día [refiriéndose a que los malvados serán destruidos y a que la era milenaria de paz y justicia comenzará]. En aquel día, dice Jehová de los ejércitos, cada uno de vosotros invitará a su prójimo debajo de su vid y debajo de su higuera’ (Zacarías 3:7–10). De aquel glorioso día milenario el Señor también dice: ‘He aquí el varón cuyo nombre es el Renuevo, el que brotará de su lugar y edificará el templo de Jehová. Él edificará el templo de Jehová, y él llevará gloria, y se sentará y dominará en su trono’ (Zacarías 6:12–13).
Que el Vástago (o Renuevo) de David es Cristo queda perfectamente claro” (The Promised Messiah: The First Coming of Christ, 1978, págs. 192–193).
Zacarías 9:9. “Tu rey viene… montado sobre un asno”
Ese versículo es una de las profecías que más se citan de la Biblia sobre el Mesías. El élder James E. Talmage, del Quórum de los Doce Apóstoles, escribió sobre la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén:
“Es evidente que la ocasión no fue un suceso imprevisto o fortuito que [el Señor] aprovechó sin ninguna intención preconcebida. Sabía de antemano lo que iba a ocurrir, y lo que Él iba a hacer. No fue un espectáculo desprovisto de todo significado, sino el advenimiento efectivo del Rey a Su ciudad real, Su entrada en el templo, la casa del Rey de reyes. Llegó montado en un asno, como símbolo de paz… no sobre un corcel con coraza, blandiendo la panoplia de guerra [armadura completa] al compás de clarines y trompetas… En la literatura se ha designado el asno como el ‘antiguo símbolo de realeza judía’ y el que lo cabalga es la representación del progreso pacífico” (véase Jesús el Cristo, 1975, págs. 543, 544).
Zacarías 9:10. “Hablará paz a las naciones”
En ese versículo, la frase “las naciones” se refiere a quienes no formaban parte del pueblo del convenio del Señor. Con frecuencia se usa el término “gentiles” para referirse a ese grupo de personas. Esa profecía se cumplió parcialmente cuando el Señor le reveló al apóstol Pedro mediante una visión que había llegado el momento de “hablar paz a las naciones”, es decir, de comenzar a predicar a quienes no eran descendientes de Israel (véase Hechos 10).
Zacarías 11:7–14. “Treinta piezas de plata”
Al referirse al Mesías, Jesucristo, Zacarías escribió las palabras del Señor que declaraban que sería traicionado y entregado por Su pueblo. Ellos rechazaron a Jehová como su pastor y protector. Por consiguiente, perdieron el derecho a las bendiciones que se reciben al mantener una relación por convenio con Él. Jehová mencionó dos cayados a fin de representar esa relación por convenio. Uno representaba la “Gracia” [o belleza] (Zacarías 11:7, 10) de las promesas que se les extendían, al ser Su pueblo escogido del convenio. El otro representaba las “Ataduras” [o lazos] (Zacarías 11:7, 14) de hermandad entre las naciones de Judá e Israel. El pueblo lo rechazó al pagar treinta piezas de plata para cancelar Su servicio como protector de ellos. Entonces el Señor, simbólicamente, quebró ambos cayados a la mitad, para simbolizar que el pueblo ya no gozaría de las bendiciones de una relación por convenio con Él. Esa profecía se refiere a la entrega de Jesús por parte del apóstol Judas a los principales sacerdotes a cambio de treinta piezas de plata durante la última semana de la vida terrenal del Salvador.
La Segunda Venida, Zacarías 14:3–9.
Zacarías profetizó que en la segunda venida de Jesucristo resucitarán los muertos, y todos los santos (o todas las personas rectas, tanto las vivas como quienes hayan resucitado) se sumarán al Señor en los cielos y descenderán con Él (véanse Zacarías 14:5; 1 Tesalonicenses 4:14; D. y C. 88:96–97). La noche del día en que Él venga, “habrá luz” (Zacarías 14:7), como sucedió en el continente americano la noche antes del nacimiento del Salvador (véase 3 Nefi 1:13–15). Zacarías también confirmó que la visión de Ezequiel de las aguas que fluían del templo no era solamente simbólica. Escribió que habrá “aguas vivas” que fluirán desde Jerusalén y sanarán el mar Muerto (véanse Zacarías 14:8; Ezequiel 47:1–12).
El élder Neal A. Maxwell, del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó que no debemos esperar hasta la Segunda Venida para reconocer a Jesucristo como nuestro Señor y nuestro Rey:
“Si creen que un día ‘toda rodilla se doblará, y toda lengua confesará’ que Jesucristo es el Señor, ¿por qué no hacerlo ahora? Porque al llegar el momento de la confesión colectiva, no tendrá tanta importancia arrodillarse, siendo que ya no será posible mantenerse de pie” (véase “¿Por qué no ahora?”, Liahona, abril de 1975, pág. 41.
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