Resumen de la clase
Una de las maneras en que Jesús demostró Su poder fue a través de sanaciones milagrosas, entre ellas, levantar al hijo de una viuda de entre los muertos. Además Jesús demostró Su capacidad para sanar a las personas física y espiritualmente cuando curó a un paralítico y perdonó sus pecados.
Jesús cenó en el hogar de un fariseo llamado Simón. Una mujer a la que Simón consideraba “pecadora” entró y “comenzó a regar con lágrimas [los] pies [del Salvador]”, los enjugaba con su cabello “y besaba sus pies y los ungía con […] perfume” (Lucas 7:37–39). En respuesta a los pensamientos de Simón, el Salvador relató una parábola sobre el perdón y el amor.
“Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?”, le clamaron los discípulos al Salvador mientras las olas y el viento golpeaban su pequeña barca (ver Marcos 4:37–38). En tiempos de aflicción, puede que nos encontremos desesperados por ayuda y cuestionemos la preocupación del Salvador por nosotros. Sin importar lo desesperada que parezca nuestra situación, Jesucristo tiene la capacidad y el poder de aliviar nuestras cargas, reprender a nuestros problemas y decirnos: “Calla, enmudece” (Marcos 4:39).
Milagros
Esta clase enumera milagros especiales del Señor.
Mateo 8:1–4 ; Marcos 1:40–42 Jesús sana a un leproso. Un leproso habría sido rechazado por la sociedad porque la lepra era una enfermedad dolorosa, contagiosa y, a veces, mortal. La mayoría de las personas habrían evitado acercarse a él o tocarlo.
Mateo 8:5–8, 13 Jesús sana al siervo de un centurión. Un centurión era el comandante en jefe de aproximadamente cien hombres en el ejército romano. En los días de Jesús, muchos judíos odiaban a los soldados romanos debido a las diferencias religiosas y a que representaban a la nación que los había conquistado.
Marcos 5:1–13, 18–20 Jesús echa demonios de un hombre que vive entre sepulcros. Un hombre que vivía entre sepulcros gritaba y se lastimaba. Cuando las personas del lugar no pudieron atarlo con cadenas, lo evitaron y lo dejaron aislado entre los sepulcros.
Marcos 5:14-23 Milagros continúan. También se relata la sanación de la suegra de Pedro a continuación del milagro anterior, así como el expulsar demonios, y luego el diálogo con un escriba, que muestra cómo el discipulado es algo no cómodo, que requiere compromiso. También Jesús levanta de la muerte al hijo de la viuda de Naín (Lucas 7), calma la tempestad (Marcos 4) y sana a un hombre con la mano seca (Marcos 3).
Pero, ¿cuál es el milagro supremo?
El presidente Dallin H. Oaks, de la Primera Presidencia, enseñó:
Algunos milagros afectan a muchas personas. El milagro supremo es la expiación de Jesucristo: Su victoria sobre la muerte física y espiritual de todo el género humano. Ningún milagro tiene más alcance ni es más grandioso que este.
(Dallin H. Oaks, “Miracles”, Ensign, junio de 2001, pág. 9)
¿Por qué las personas no reciben cada milagro que buscan con fe en Jesucristo?
El presidente Dallin H. Oaks, de la Primera Presidencia, dijo:
Los milagros no están disponibles por solo pedirlos […]. La voluntad del Señor siempre es primordial. El sacerdocio del Señor no puede utilizarse para obrar un milagro contrario a Su voluntad. También debemos recordar que, incluso si va a ocurrir un milagro, no lo hará en el momento de nuestra preferencia. Las revelaciones enseñan que las experiencias milagrosas ocurren “en su propio tiempo y a su propia manera” (Doctrina y Convenios 88:68).
(Dallin H. Oaks, “Miracles”, Ensign, junio de 2001, pág. 9)
Marcos 2:5 ¿Puede influir mi fe en mis seres queridos?
El élder Chi Hong (Sam) Wong, de los Setenta, enseñó:
[P]ermítanme compartir con ustedes un tesoro adicional escondido en este relato de las Escrituras. Se encuentra en el versículo 5 de Marcos 2: “Y al ver Jesús la fe de ellos” (cursiva agregada). Yo no lo había notado antes: la fe de ellos. Nuestra fe unida también influirá en el bienestar de otros.
¿Quiénes eran aquellas personas que Jesús mencionó? Podrían ser los cuatro que cargaron la camilla del paralítico, el paralítico mismo, las personas que oraron por él y todos los que estaban escuchando las palabras de Jesús y pidiendo calladamente en sus corazones que se hiciera el milagro. También podría incluir a un cónyuge, a un padre, a un hijo o a una hija, un misionero, un presidente de cuórum, una presidenta de la Sociedad de Socorro, un obispo o un amigo lejano. Todos podemos ayudarnos unos a otros. Debemos estar anhelosamente consagrados en buscar a aquellos que necesitan ser rescatados.
(Chi Hong [Sam] Wong, “Unidos en el rescate”, Liahona, noviembre de 2014, pág. 16)
Marcos 2:7-11 ¿Qué demostró Jesús a los escribas al sanar físicamente al hombre?
El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó:
Tanto Jesús como los “doctores de la ley” que en ese momento estaban presentes sabían que ninguno, sino Dios, puede perdonar pecados. Por consiguiente, como testigo directo, claro y notable de que el poder de Dios descansaba en Él […], Jesús hizo lo que ningún impostor podría haber hecho: demostró Su poder divino al sanar al hombre perdonado. Ante Su interrogante: “¿Se requiere más poder para perdonar pecados que para hacer que el enfermo se levante y ande?”, ¡solo podía haber una respuesta! Son como uno solo; el que puede hacer uno, puede hacer el otro.
(Bruce R. McConkie, Doctrinal New Testament Commentary, 1973, tomo I, págs. 177–178)
Lucas 7:37-50 ¿A quién me parezco más en este relato: a Simón o a la mujer?
El presidente Dieter F. Uchtdorf, en ese entonces miembro de la Primera Presidencia, dijo:
¿A cuál de estas dos personas nos parecemos más?
¿Somos como Simón? ¿Nos sentimos seguros y cómodos con nuestras buenas obras y confiamos en nuestra propia justicia? ¿Somos, quizás, algo impacientes con quienes no viven según nuestras normas? ¿Estamos en piloto automático?, ¿actuamos por inercia: vamos a las reuniones, bostezamos en la Escuela Dominical y quizás revisamos el teléfono móvil durante la reunión sacramental?
¿O somos como la mujer, que pensaba que estaba completa e irremediablemente perdida a causa de sus pecados?
¿Amamos mucho?
¿Entendemos nuestra deuda con el Padre Celestial y rogamos con toda nuestra alma por la gracia de Dios?
Cuando nos arrodillamos a orar, ¿es para repasar los grandes éxitos de nuestra propia rectitud o para confesar nuestras faltas, suplicar la gracia de Dios y derramar lágrimas de gratitud por el asombroso plan de redención?
No podemos comprar la salvación con las monedas de la obediencia; es la sangre del Hijo de Dios lo que la compra [véase Hechos 20:28].
(Dieter F. Uchtdorf, “El don de la gracia”, Liahona, mayo de 2015, pág. 109)
Marcos 4:37-41 ¿Por qué reprendió Jesús con suavidad a los discípulos por no tener fe?
El presidente Howard W. Hunter (1907–1995) enseñó:
Todos hemos experimentado tormentas súbitas en nuestra vida. Algunas de ellas, aunque temporarias como estas del mar de Galilea, pueden ser violentas, imponentes y potencialmente destructivas. Como personas, como familias, como comunidades, como naciones, y aun como Iglesia, hemos tenido pequeñas ráfagas que han hecho que nos preguntemos de una manera u otra: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?”. Y de algún modo, durante la calma que sigue a la tormenta, siempre escuchamos las palabras del Señor: “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?”.
A ninguno le agrada pensar que no tiene nada de fe, pero supongo que en gran manera nos merecemos esa suave reprimenda del Señor. Este gran Jehová, en quien afirmamos confiar y cuyo nombre hemos tomado sobre nosotros, es el mismo que dijo: “… Haya un firmamento en medio de las aguas, y separe aquel las aguas de las aguas” ( Génesis 1:6). Y es el mismo que dijo: “… Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo seco” ( Génesis 1:9). Y es más, también fue Él quien dividió las aguas del mar Rojo para que pudieran pasar los israelitas sobre tierra seca (véase Éxodo 14:21–22). Ciertamente no debe sorprendernos que pudiera mandar a unos cuantos elementos agitados en el mar de Galilea, y si tenemos fe recordaremos que también puede calmar las tormentas de nuestra vida.
(Véase Howard W. Hunter, “Cristo, el mar se encrespa”, Liahona, enero de 1985, págs. 27–28)
Anuncio: El sábado 11 tendremos un seminario de emprendimiento abierto al público de miembros de la Iglesia, pueden registrarse aquí, iniciando sesión en Google/Gmail. Más detalles en esta nota (email previo).
Me encanto la clase buena resumida muchas gracias
Hola Estuvo muy buena la clase me gusta la parte de Donde el realizo muchos milagros y donde que las cosas se hacen por medio de la voluntad de Dios.